A Varanasi, la Ciudad de la Luz, llegamos un 9 de agosto por la
tarde. Varanasi se encuentra entre las
ciudades más antiguas del mundo. Según el hinduismo, fue fundada por Shiva hace unos 5.000 años. Según
los arqueólogos, sus orígenes se remontan 3.000 años atrás.
Mercado Varanasi |
Lo primero que hicimos al llegar fue ir a nuestro hotel, el Palace on Ganges, ubicado en la parte de sur de la línea de ghats. Es un hotel modesto y con un servicio que deja bastante que desear, pero lo bueno que tiene es que sales y a 50 metros te encuentras con el Ganges. En todo caso es importante manejar bien las expectativas en lo que respecta al alojamiento en esta ciudad y tener en cuenta que en la zona de los ghats los hoteles son, en general, bastante flojos. Si la prioridad tampoco es el confort y preferimos estar en la parte antigua, entonces el Palace on Ganges puede ser una opción decente para pasar una noche o dos, siempre que uno se ponga exigente con el personal del hotel. En nuestro caso, además, la noche se iba a limitar a unas cuatro horas de sueño para poder disfrutar de unos de los platos fuertes: el paseo en barca por el Ganges al amanecer.
Cuando llegamos al hotel resultó que en ninguna de nuestras habitaciones funcionaba el aire acondicionado aunque curiosamente en ninguna de ellas pudimos encontrar el mando a distancia para activarlo…Tras la correspondiente queja en recepción, nos dijeron que el problema se solucionaría en menos de una hora, así que decidimos ir a comer algo cerca mientras hacíamos tiempo.
Siguiendo las recomendaciones de Trip Advisor y de Nahru (que, si habéis leído entradas anteriores del blog, sabréis que es uno de los responsables de la agencia de viajes que contratamos) fuimos a la pizzería Vaatika Café que se encuentra muy próxima al hotel. La higiene del lugar es prácticamente inexistente, pero las pizzas están buenas, con masa finita y crujiente; desde luego no se podía pedir más por lo que nos costaron. Por suerte cuando volvimos al hotel el aire acondicionado ya “funcionaba” en dos de las tres habitaciones –y la tercera, en la que no funcionaba, nos la cambiarían más tarde por otra habitación-. Una cosa menos de la que preocuparse. Ya estábamos listos para visitar Varanasi. ¡No teníamos más que 24 horas!
Tocaba acercarse a ver las ceremonias religiosas que cada atardecer, a eso de las 19:00, tienen lugar en algunos de los más de cien ghats que hay en Benarés. A las puertas del hotel vimos a varios chicos que nos ofrecían llevarnos en su tuc-tuc por la ciudad, pero decidimos “negociar” con el que parecía más vivo, y que sería nuestro guía el resto del tiempo que pasamos en Varanasi. Vikash, que así se llamaba nuestro amigo, y su colega “Paco” –nunca llegamos a saber su nombre real- fueron una pieza clave para que el breve tiempo que pasamos en la ciudad nos cundiese al máximo. Nunca supimos si pertenecían a alguna banda local, pero lo cierto es que conocían a todo el mundo, se movían bien por la zona y eran bien listos. Si visitáis Varanasi os recomendamos que contactéis con ellos (nos dieron sus números).
Esa tarde Vikash nos llevó a ver los rituales al Dasashwameda Ghat, uno de los más célebres y gloriosos ghats de Varanasi donde, según se dice, Brahma el creador llevó a cabo el sacrificio de los diez caballos. La ceremonia, conocida como Ganga Aarti, la pudimos ver desde un lugar privilegiado en la azotea de una casa cercana, lo cual fue de agradecer porque abajo estaba lleno de gente y no hubiera sido posible hacerse un hueco a la hora que llegamos. La ceremonia, que dura aproximadamente una hora y que dirigen unos seis sacerdotes, es muy bonita de ver aunque después de los primeros 15 minutos se puede decir que lo has visto todo –al menos para los legos en la religión hinduista como nosotros-.
La siguiente parada fue uno de los ghats de cremación. Fuimos a uno de los pequeños, donde, una vez más, el amigo Vikash nos llevó a un lugar alto desde donde pudimos observar bien cómo incineraban a los cadáveres. Por el camino ya habíamos ido haciéndonos a la idea de lo que nos esperaba allí al ver como varios hombres llevaban a su familiar muerto en parihuelas, cubierto de una buena capa de telas de colores intensos y al ritmo de cantos fúnebres. Una vez llegamos al ghat, podéis imaginar lo que vimos -y olimos-. Ser incinerado en la orillas del Ganges no es algo al alcance de cualquiera, puesto que son necesarios unos 200 o 300 kg de madera para incinerar un cuerpo, y su precio resulta altísimo para el indio medio. Los menos pudientes tienen que conformarse con que sus cuerpos sean arrojados sin más. Tampoco puede hacerlo cualquier persona, ya que les está vetado a leprosos, embarazadas, niños ni los muertos por mordedura de cobra. A ellos se les arroja al río atados a una piedra.
Aunque sin mucho estómago, tocaba cenar. Fuimos a Bread of Life, pero al llegar no nos convenció mucho, así que finalmente acabamos en I:ba, que está al lado. La comida sin más, aunque ofrece bastante variedad (china y japonesa) y el local es limpio y agradable. La pega, como en muchos otros restaurantes de Varanasi, es que no sirven cerveza.
Nuestros guías nos llevaron al hotel en sus tuc-tucs, y llegó el momento de organizar cómo haríamos el obligado paseo en barca por el Ganges al amanecer. Tras tantear con el chico de recepción del hotel, nos dimos cuenta de que la oferta que nos proponía Vikash era la más atractiva (1 hora de paseo en barca grande –el río estaba agitado- por unas 2.000 rupias), así que acordamos que el barquero nos recogería en el hotel a las 5:30…
El recorrido fue de lo más bonito que hemos visto a lo largo del viaje. Ver como se despierta la ciudad y los peregrinos se bañan, lavan y rezan en las escalinatas de los ghats es algo único. Todo tiene una intensidad fuera de lo común: los colores, los sonidos, los olores. Podemos dar por bueno eso que dicen de que Varanasi es pura India. Para lo bueno y para lo malo. Por eso, creo que Varanasi o la detestas o te encanta como el resto de la India.
Tras el paseo volvimos a dormir un poquito más al hotel y después visitamos el campus de la reconocida Universidad de Benarés, que tiene edificios y jardines muy bonitos y el templo de Vishwanath, dedicado a Shiva.
Si habíamos estado en Karni Mata (el templo de las ratas) no podíamos dejar de ver el templo de los monos, dedicado a Hanuman, que aunque está algo más alejado de la ciudad, es curioso y creo que merece la pena. En general los monos pasan de las personas, aunque de vez en cuando se enzarzan entre ellos y sus grititos puede generar un poquito de respeto… Por suerte salimos ilesos también de esta.
A continuación Vikash nos llevó a la fábrica de seda en la que trabaja, donde pudimos ver los telares artesanales. Después disfrutamos de una prolongada y divertida sesión de compras. Es una gozada comprar sentado, con una coca cola fresquita y con vendedores que hacen bien su trabajo. Resultado: varios miles de rupias gastados y un buen puñado de pashminas de seda para España.
Por último visitamos el Templo de Oro, que tiene una torre de oro macizo. Sin embargo, y pese a tener que soportar unos controles de seguridad bastante exhaustivos, no pudimos visitarlo de cerca y tuvimos que conformarnos con una foto de lejos tomada desde un bordillo. Un poco decepcionante y una pena que ya no nos quedara tiempo para arrasar en el bazar adyacente que es muy animado.
Ya se agotaba nuestro tiempo en Varanasi, así que teníamos que
comer algo antes de ir al aeropuerto. Quisimos darle una segunda oportunidad a
Bread of Life pero nos falló, ya que aunque habíamos avisado al camarero de que
teníamos mucha prisa porque teníamos un vuelo, la comida no había llegado tras
tres cuartos de hora. Con los estómagos vacíos pero llenos de vivencias
inolvidables, dejamos Varanasi rumbo a Delhi, nuestro último destino.